Leyenda de San Cristobal
(>>nota)

Allá por el siglo
tercero de nuestra era, Cristóbal era un gigantón con una fuerza espantosa. El
rey de su país lo había contratado como guardia personal porque a nadie se le
ocurría armar camorra con aquel gigante que podía derribar una gruesa encina de
un solo puñetazo.
Pero, un día, Cristóbal se
aburrió de proteger a su rey, que era un gran miedoso, y decidió ir a buscar al
rey más poderoso del mundo y ponerse a su servicio. Después de todo se lo
merecía; ninguno era tan hábil y valiente como él.
Después de un largo peregrinar,
llegó a la corte de un rey que contaba a todo el mundo que era invencible,
cuando este rey vio al gigantesco Cristóbal le tomó de muy buena gana para su
propio servicio y le consintió habitar en su castillo. Un día, un juglar
cantaba a los pies del rey una canción en la que a menudo aparecía el nombre
del diablo. El rey, que era cristiano, cada vez que oía hablar al diablo, hacia
la señal de la cruz. Cristóbal se maravilló mucho de aquello y pregunto al rey
el significado de aquella señal.
El rey se negó a responder, pero Cristóbal dijo:
"Si no me lo dicen me voy de aquí", de manera que el rey contestó:
"cuando oigo el nombre del diablo, busco siempre protección en esta señal, porque
tengo mucho miedo de su maléfico poder y no quisiera caer bajo sus garras". Cristóbal
lo miró decepcionado, y, después, añadió: "Si tienes tanto miedo al diablo, quiere
decir que el diablo es más fuerte que tú. Por eso me voy de tu lado, porque te había
dicho bien claro que quiero servir al rey más poderoso del mundo. Adiós rey, me voy
a buscar al diablo para ponerme a su servicio.
Cristóbal dejó la corte y se puso a buscar al diablo.
Un día llegó a un lugar áspero y desierto donde estaba acampada una pandilla de terribles
soldados. Los centinelas le detuvieron y le llevaron a su jefe. Este tenía un rostro peludo
y cruel. "¿Dónde vas?" gruñó con voz que ponía la carne de gallina. "Voy en busca del diablo,
porque quiero ponerme a su servicio", respondió Cristóbal.
El horrible hombrón se reía con mucha sorna, y después dijo: "soy yo aquel que buscas".
Cristóbal, contento de haber encontrado al soberano más poderoso del mundo, prometió servirlo,
y así estuvo durante algún tiempo.
Pero un día, mientras Cristóbal y el diablo caminaban juntos, se encontraron casualmente con una
cruz. Fue cosa vista y no vista y el diablo se puso amoratado, comenzó a emitir extraños gruñidos
y se marchó corre que te corre levantando nubecillas de polvo en el camino. Extrañado de su
comportamiento, Cristóbal una vez que llegó adonde estaba el hombrón malo, le preguntó la
razón de aquella huida.
El diablo se negaba a responder y Cristóbal, muy serio le dijo: "Si no me lo dices ahora mismo
, cojo mis bártulos y me voy". A su pesar, entonces, el diablo explicó: "Un hombre llamado Jesús
de Nazaret fue crucificado un día. Era el Hijo de Dios que vino al mundo, y ya ves
, cada vez que veo la señal de la cruz, huyo asustado".
Cristóbal replicó: "Entonces, este Jesús es mucho más poderoso que tú, diablo. Eres un bocazas
, me has mentido; tú no eres el rey más poderosos del mundo. Adiós, diablo, me voy a buscar a Jesús".
Cristóbal dio vueltas y más vueltas por el mundo antes de encontrar a alguien que pudiese indicarle
dónde encontrar a Jesús.
Finalmente se tropezó con un ermitaño que le contó la historia de Jesucristo, le leyó el Evangelio
y le enseñó las verdades de la fe.
Cristóbal escuchó todo con mucha atención y quiso ser discípulo de tan gran señor bautizándose y
prometió servirle siempre.
"El rey que deseas servir, debe ser honrado con frecuentes ayunos", añadió el ermitaño.
"Me pida cualquier otro servicio, porque en esto no puedo servirlo", respondió con franqueza
Cristóbal con la vista perdida en el suelo.
Dijo, entonces, el ermitaño:
"¿Ves aquel río tan peligroso donde mueren tantas personas cuando intenta atravesarlo?
"Si", respondió, con ganas, Cristóbal.
"Entonces, dado que eres altísimo señor y muy fuerte, vete a la otra orilla y ayuda a los viajeros
a atravesarlo",
"Esto si que lo puedo hacer, sí señor", dijo Cristóbal, muy contento. Y se fue hacia la orilla del
río, que fluía impetuoso y violento y se construyó una cabaña. Con la rama de un árbol se hizo un
robusto bastón para caminar mejor en el agua, y en seguida comenzó a transportar de una orilla a
la otra a todos los transeúntes que querían vadear el río.
Y el tiempo pasaba y pasaba como las aguas turbulentas del río. Un día, mientras descansaba en su
cabaña, Cristóbal oyó una suave voz de niño que lo llamaba: ''Cristóbal, sal y llévame al otro lado
del río".
Y Cristóbal salió aprisa de su casa, pero no encontró a nadie, regañó un poco y se dirigió otra vez
a su cabaña. Apenas estuvo dentro oyó de nuevo la misma vocecilla que lo llamaba. De nuevo corrió
afuera y no encontró a nadie. Volvió a entrar en la cabaña, y he aquí que por tercera vez una voz
de niño lo llamaba. Cristóbal estaba un poco "mosca' y por tercera vez corrió afuera, mirando por
todos lados, y, sí, esta vez encontró a un niño a la orilla del río. Con mucho garbo y salero, el
niño pidió a Cristóbal ser llevado a la otra orilla.
"¡Majete, eres tan pequeño que ni siquiera te veía! Claro que si, ahora mismo te llevo, dijo Cristóbal
afablemente.
Y con una sola mano se puso al niño en el hombro y entró en el río apoyándose en el bastón, pero,
he aquí que el agua comenzó a hincharse como si fueran globos y el niño a pesar como plomo. Cristóbal
estaba dotado de una fuerza excepcional, pero ahora, cuanto más se adentraba en el río tanto más la
corriente se hacia amenazadora y es que el peso del niño lo aplastaba doblándole las rodillas.
¡Apunto de sucumbir estuvo la tira de veces! Pero con más moral que el Alcoyano, sacando fuerzas de
flaqueza, llegó a la otra orilla, pasó en tierra al niño y se derrumbó sobre la hierba, roto y
extenuado. Cuando tuvo fuerza para hablar dijo:
"Niño, me has puesto en un gran peligro, tu peso era tan grande que parecía llevar sobre el hombro
al mundo entero". El niño le miraba fijamente y sonriendo respondió: "No te maravilles, Cristóbal,
has llevado sobre el hombro no sólo el mundo entero, sino también a Aquel que lo ha creado; yo soy
Jesús, el Rey de Reyes, al que has prometido servir. Y para que sepas que cuanto digo es verdad,
cuando hayas atravesado de nuevo el río, planta tu bastón junto a la cabaña y mañana lo encontrarás
florido y lleno de frutos".
Dicho esto, el niño desapareció. Cristóbal, vuelto a la cabaña, plantó en la tierra el bastón y a la
mañana siguiente lo encontró cargado de hojas y de frutos, tal y como lo había dicho el niño Jesús.
Esta es una leyenda de las muchas que hay sobre san Cristóbal. Para muchos hombres y mujeres de hoy,
también cristianos que se dicen creyentes, san Cristóbal es una especie de amuleto. Lo llevamos en el
llavero del coche y en el mismo coche, pero a lo mejor estamos olvidando lo central de este santo: un
buscador empedernido de Dios. Poco importa que su vida esté construida a base de leyendas. El verdadero
centro al que nos lleva la figura de san Cristóbal es a esa sed incansable de la persona que sabe
dejar a los señores para buscar al Señor de todos los señores.
San Cristóbal es un caminante incansable en busca de la verdad. Por eso se pone en viaje y en marcha.
No camina por caminar. Peregrina para dejar atrás lo que descubre cono mentira: un señor que no es el
verdadero SEÑOR.
(*)Nota: Me he permitido el lujo de reproducir en ésta página parte del folleto distribuido
por el antiguo párroco de nuestra iglesia Don Jesús Martín en el año 1995. Sólo quiero ampliar la escasa
información de que dispongo de algo tan importante como es nuestra iglesia.